sábado, 7 de enero de 2012

Como si oyese música


Como si oyese música en el último disco de Fito Páez: ‘Construcción’ en Canciones para Aliens.

No es fácil escuchar hoy a Fito Páez si el primer álbum musical del que uno tiene memoria en la vida es ‘El amor después del amor’. Menos contando que, junto con Serú Girán, Spinetta y otros jóvenes destacados, fue también con los primeros seis discos de Páez (esos que podían contener, en “segunda línea” de difusión, Carabelas nada, Tatuaje falso, Alguna vez voy a ser libre, Dejaste ver tu corazón, Fuga en tabú, Canción sobre canción…) que la década del ’80 desarrolló los músculos del cuerpo que hoy trata de escucharlo (cuerpo de alguien que, cuando nació, sonaba nuevo en la radio ‘Instan-táneas’).
Por lo cual encontrar un disco que de pe a pa (del latín ‘de pe a pa’) el común de la gente llamaría “esuchable” de parte de este señor merece cierta consideración.

Paréntesis. No se va a entrar aquí en la disquisición sobre las joyas ocultas entre la porquería en discos como ‘Rodolfo’, ‘Rey sol’ o ‘El mundo cabe en una canción’. Las hay, disfrutémoslas en silencio. Y punto. Fin de paréntesis.

“Canciones para aliens” propone algo que Páez viene haciendo, esperable en una persona cuyo árbol de melodías va quedando seco y ya sólo da vestigios mohosos de la carnosidad turgente y roja de antaño: el cover. Cover, palabra horrible para “versión”, que junto con break, locker, drink va sodomizando lenta e inexorablemente nuestro rioplatense.
De inmediato resuenan las palabras del local Alfredo Di Florio, figura perenne a la Rock and Pop Beach: “Mar del Plata es una ciudad llena de bandas de covers”. Pero este cronista disiente, y se propone explicar por qué (en un ejercicio que puede hacer un niño de no mucho más que cuatro o cinco años) escuchando el disco de Páez. O ciertos temas del disco de Páez. Poniendo oído a uno y otro fenómeno concluimos rápidamente: una versión de un tema es lo que hace Páez con, por ejemplo, ‘Las dos caras del amor’ o ‘Construcción’. Y Mar del Plata es una ciudad de imitadores.

En Canciones para Aliens Páez hace muchas cosas, que en promedio le salen muy bien. Enfatiza sus puntos fuertes y maquilla los flacos. Hace justicia a la versión Bowie-Jagger de “Dancing in the street” en dueto con Juanse, a quien dada la naturaleza ochento-pop del tema sólo habrá conseguido porque junto al camaleón cantaba (y bailaba, no nos olvidemos de que bailaba) el líder de los Stones, y si lo hizo Jagger cómo no lo va a hacer Pomelo. “Rata de dos patas”, infaltable ranchera para sacarse la rabia virulenta en cualquier parranda de 2012, añade a teclados e influjos orquestales casi de música incidental a la larga diatriba que es la simpática letra de Toscano. “Las dos caras del amor” pasa a segunda voz lo que era una plegaria en primera. Sería imposible pedir (-le a Paez) que se atenga con rigor a los ceñidos espacios de la métrica en la que la proporción casi monosilábica del inglés dice tanto y tan cómodamente (de todos modos, como con los Beatles, este cronista piensa que si tradujéramos íntegra esa letra -y otras- al castellano terminaríamos acurrucados escuchando Muchacha, Eiti Leda y nada más). Sólo se objetaría a la versión la forzada línea ‘verás el amor’, que aparte de sonar barata y querer emular –rústicamente- el sonido final de ‘somebody to love’, no rima y cae en el vacío. Por demás, la libertad del enfoque la hace suficientemente nueva para no suscitar comparaciones que la precipitarían hacia una nada inicua. Su punto alto acaso sea Páez haciendo el cerrado eslalon vocal final cuesta abajo que Mercury sortea favorecido del hecho de tener la voz que tendría dios si bajara a la tierra y cantara rock-pop de los 70-80. “Te recuerdo Amanda” merece una advertencia para quien no lo conozca; es la única oportunidad en que Páez tiene de bajar un corazón de un piedrazo, y lo hace. Con su voz en reconstitución por estas décadas, que parece necesitar una troupe de arquitectos para que se mantenga dentro de la tonalidad y no se convierta en una impretendida composición de Elsa Justel –derrape que felizmente aquí no ocurre-, logra que la ejecución medida dé una contundencia de peso inesperado a la letra y el piano incesante.

Basta.
Construcción, de Chico Buarque, por Fito Páez.

Páez y Sujatovich cambian disonancia descendente por potencia, socialismo coral por armonía arrabalera, guitarra mareada de bossa por línea de piano de herencia garciana al modo Tráfico por Katmandú / Led Zeppelin. Tomando ciertas melodías del original, bajan el tempo y le dan un color fusionado en tanguero rioplatense. Resuena Piazzolla y Buenos Aires Hora Cero, con cuerdas y vientos fuertes de ecos de adagio sinfónico.
La letra, en versión de Daniel Viglietti, constituye el retrato de un obrero suicidado en clave de crónica monótona, con tintes de mirada extrañada por la lejanía del transeúnte desde la vereda. El acecho desde el inicio de las cuerdas graves evoca un travelling lateral perentorio. Su juego esencial es la naturaleza cíclica y variativa de las construcciones. Historia repetida, repetitiva de la rutina que lo conduce a la caída. Historia de las microhistorias mínimas al descenso, juego de modificadores en juego de conmutación estática.
Una versión de la variación ilumina la otra, las palabras se tocan poco a poco como un caleidoscopio donde las puntas se desprenden unas de otras y hallan espacio y sentido en contacto. Y los pelos se erizan lentamente cuando la figura del obrero se dibuja de la mano de los modificadores que se repiten y transmutan, embebiendo de alcohol, flacidez, delirio, liviandad y muerte su caída al vacío indiferente de la calle. A contramano entorpeciendo el sábado.
La variación juega con la acumulación intensificando las líneas del cuadro, donde no hay descripciones insulsas o desprovistas de peso, porque cada atributo está signado de la gravedad que estrella al obrero en el pavimento. A contramano entorpeciendo el tránsito.
Por otra parte, lo que en la original de Buarque es un tropel de vientos y voces en ascenso desprendidos de la tónica de la guitarra con una búsqueda ligeramente volcada hacia lo acumulativo y disonante, Páez/Sujatovich trasmuta lo urbano típico brasilero en porteño (incluídos el “cri-cri” y toda la caterva de ruiditos que Astor explotaba en los ejecutantes y el uso “no convencional” al tango de los instrumentos). Las cuerdas parecen ser el pasaje al momento “Kashmir” de la canción, donde se desnuda la vocación rock de sus versionantes y la muerte toma forma de música que rememora a ‘Ciudad de pobres corazones’.

Páez decía, en una vieja entrevista previa a Giros (1985), hablando de cuál era la identidad musical argentina que él veía plasmada en su trabajo, ‘somos una mezcla concreta de muchas culturas, o sea, el mundo arjo, la berretada… y la cosa linda como el Cuchi, el Chango, el folklore, los trovadores, la milonga del sur, el candombe, y la cosa de afuera…’. En momentos donde la música de hoy parece no negar sino desconocer el bagaje latinoamericano profundo (los viejos viejos), se hace agua en un presente que no hace pie en el pasado. Hermosa y necesaria operación anacrónica la de las mejores versiones de este disco, Construcción entre ellas.


1 comentario:

joaquín c. dijo...

como para tomarse una birra y charlar largo y tendido, muy bueno agustín. esperado regreso.