Todo el tiempo la gente sale. Come, caga, baila. Boliches,
bares, recitales, escucha música, se toca, se observa. Raramente se pone de
acuerdo y va a la cama. La mayoría se desconoce, se ignora. Prefiere que sus
intentos queden en la nada antes que dar la imagen a torcer. Mariano Moro sale,
como todos, y en un remolino de la materia, choca con Victoria Moréteau.
Otra gente -tal vez, la misma- veranea en Mar del Plata. Pasa
por la playa de los ingleses -¿cuál?- y en el espigón de los pescadores se clava
unas rabas sondeando el Atlántico. Mariano Moro, que acaso también pide las
rabas, escribe, también, Alfonsina.
*
Y es fácil cuando son malas. O cuando son más o menos
buenas. O cuando hay mucho para descifrar y la gente sale con los ojos
chiquitos como si tuviera que inteligir una carta de amor encriptada en clave de
dodecafonía alegórica.
Así que el problema viene siendo Alfonsina. Alfonsina.
Sinteticemos:
1, qué decir que no sea una paráfrasis burda de la misma
Alfonsina Storni, que está hasta los huesos en esta obra y esta obra en ella.
2, cómo poner en palabras algo siquiera que no sea un remedo
de saldo de una copia barata de la geografía que dibujó Mariano Moro (de aquí
en más, Mariano).
3, para qué tipear siquiera si Victoria Moréteau
(hereinafter, Victoria) se olvida de ser Victoria y se alza y cae y pega con la
masa de la maza de lo bello sin afeite o adjetivo. La contundencia bruta, dura,
de lo que no puede ser de otro modo.
Podemos ir y volver de la cocina, ir al living, ir al
escritorio, ir al balcón, ir al baño. Dejar que se masere, maridando mareado el
pensamiento y el músculo estético (que... ¿dónde está?) y llegar a decir que
el despliegue de virtudes vocales y el arrojo sin
coto en la dimensión física resignifican los textos y el viaje narrativo que dirige
Moro. Victoria Moréteau transita los pasos y la vida de Storni poniendo en el
cuerpo lo que la poetisa vivió en carne y en literatura. Si la obra es poesía
en movimiento, asistimos, testigos, a esa vida convertida en acto irreductible.
El espectador es atravesado por la inmaterial imposibilidad de blablabla...
....blablabla. Qué sentido tiene si la belleza golpea antes,
durante y después como un escopetazo de puños certeros al pecho.
Sin ropajes, limpia y desnuda.
Que se nos desgañiten los ojos y los oídos. Esto es un
arresto al corazón. Una abducción a oscuras, una horadación intensa de la tapia
medianera con el alma.
Y olvidamos que esto es "decir Alfonsina".
Olvidamos que hay una actriz. Olvidamos que hay páginas -y
páginas- A4 u Oficio, Arial o Times New Roman, cuerpo 10 o 12, de texto.
Se deshacen las notas de periódico, las gacetillas, los
premios. Se deshacen las entrevistas, un señor de cabello corto que recibe al
público, un teléfono para reservas, una dirección, carteles en la calle, cientos
de volantes, perfiles de facebook.
Se deshacen Mariano y Victoria.
En un ínfimo espacio, se anima un haz de luz blanca. Las
partículas bullen, maravilladas, unos segundos... y olvidamos que eso es una
actriz. Olvidamos su nombre. Sus ojos se han desleído, sus manos no son sus
manos, la piel no existe.
La entendemos infinita, narradora y cuento, arco y cuerda,
garganta y sonido, cielo y tierra. Azar claroscuro sin linde.
Olvidamos que eso es una actriz.
Pero hay algo. Algo que dura su hora en el escenario y luego
no es más oído. Un desesperante trayecto. Uno es tomado. El público muere con
ello. El público muere con ella.
*
Salimos.
Vemos a Victoria. Vemos el texto, imaginamos apuntes,
volúmenes apilados, vemos a Mariano. No entendemos nada. Están y no están.
Estamos y no estamos.
Titubeamos. Los pies balbucean. La torpeza sale de nuestra
boca. No se puede.
Todo queda atrás, en el espacio oscuro. El alma desnuda en
esos versos.
Volvemos a nuestras casas. Llueve. No oímos nada. Sólo
tenemos, como una joya que fuimos, incrustaciones de recuerdos, de memorias de
niña y de muerta. Imagen de cazadores, de sapos en desguace, de ojos azules, de
madres, de desangramientos, de procacidad.
Acto irreductible por decisión propia, Alfonsina impone traición
crítica al crítico crítico. Al cítrico crítico. Y conmina a callar al
espectador alucinado. Se besa a los actores, se intentan incoherencias, se
tambalea el cuerpo hacia la puerta y la noche, se hunde el yo arriba, hacia las
calles, y se revuelve el cuerpo, la carne, la angustia silente en qué hacer con
todo eso.
*
Alfonsina
y los Hombres, de Mariano Moro. Con Victoria Moréteau.
Pieza
para mar, actriz, bailarina, cantante, niño, durazno, director, bruma
y
muerte.
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