lunes, 4 de marzo de 2013

Alfonsina y los hombres

Todo el tiempo la gente sale. Come, caga, baila. Boliches, bares, recitales, escucha música, se toca, se observa. Raramente se pone de acuerdo y va a la cama. La mayoría se desconoce, se ignora. Prefiere que sus intentos queden en la nada antes que dar la imagen a torcer. Mariano Moro sale, como todos, y en un remolino de la materia, choca con Victoria Moréteau.

Otra gente -tal vez, la misma- veranea en Mar del Plata. Pasa por la playa de los ingleses -¿cuál?- y en el espigón de los pescadores se clava unas rabas sondeando el Atlántico. Mariano Moro, que acaso también pide las rabas, escribe, también, Alfonsina.

*

Y es fácil cuando son malas. O cuando son más o menos buenas. O cuando hay mucho para descifrar y la gente sale con los ojos chiquitos como si tuviera que inteligir una carta de amor encriptada en clave de dodecafonía alegórica.

Así que el problema viene siendo Alfonsina. Alfonsina.
Sinteticemos:
1, qué decir que no sea una paráfrasis burda de la misma Alfonsina Storni, que está hasta los huesos en esta obra y esta obra en ella.
2, cómo poner en palabras algo siquiera que no sea un remedo de saldo de una copia barata de la geografía que dibujó Mariano Moro (de aquí en más, Mariano).
3, para qué tipear siquiera si Victoria Moréteau (hereinafter, Victoria) se olvida de ser Victoria y se alza y cae y pega con la masa de la maza de lo bello sin afeite o adjetivo. La contundencia bruta, dura, de lo que no puede ser de otro modo.

Podemos ir y volver de la cocina, ir al living, ir al escritorio, ir al balcón, ir al baño. Dejar que se masere, maridando mareado el pensamiento y el músculo estético (que... ¿dónde está?) y llegar a decir que

el despliegue de virtudes vocales y el arrojo sin coto en la dimensión física resignifican los textos y el viaje narrativo que dirige Moro. Victoria Moréteau transita los pasos y la vida de Storni poniendo en el cuerpo lo que la poetisa vivió en carne y en literatura. Si la obra es poesía en movimiento, asistimos, testigos, a esa vida convertida en acto irreductible. El espectador es atravesado por la inmaterial imposibilidad de blablabla...

....blablabla. Qué sentido tiene si la belleza golpea antes, durante y después como un escopetazo de puños certeros al pecho.
Sin ropajes, limpia y desnuda.

Que se nos desgañiten los ojos y los oídos. Esto es un arresto al corazón. Una abducción a oscuras, una horadación intensa de la tapia medianera con el alma.

Y olvidamos que esto es "decir Alfonsina".
Olvidamos que hay una actriz. Olvidamos que hay páginas -y páginas- A4 u Oficio, Arial o Times New Roman, cuerpo 10 o 12, de texto.
Se deshacen las notas de periódico, las gacetillas, los premios. Se deshacen las entrevistas, un señor de cabello corto que recibe al público, un teléfono para reservas, una dirección, carteles en la calle, cientos de volantes, perfiles de facebook.

Se deshacen Mariano y Victoria.

En un ínfimo espacio, se anima un haz de luz blanca. Las partículas bullen, maravilladas, unos segundos... y olvidamos que eso es una actriz. Olvidamos su nombre. Sus ojos se han desleído, sus manos no son sus manos, la piel no existe.
La entendemos infinita, narradora y cuento, arco y cuerda, garganta y sonido, cielo y tierra. Azar claroscuro sin linde.
Olvidamos que eso es una actriz.

Pero hay algo. Algo que dura su hora en el escenario y luego no es más oído. Un desesperante trayecto. Uno es tomado. El público muere con ello. El público muere con ella.

*

Salimos.
Vemos a Victoria. Vemos el texto, imaginamos apuntes, volúmenes apilados, vemos a Mariano. No entendemos nada. Están y no están. Estamos y no estamos.
Titubeamos. Los pies balbucean. La torpeza sale de nuestra boca. No se puede.

Todo queda atrás, en el espacio oscuro. El alma desnuda en esos versos.

Volvemos a nuestras casas. Llueve. No oímos nada. Sólo tenemos, como una joya que fuimos, incrustaciones de recuerdos, de memorias de niña y de muerta. Imagen de cazadores, de sapos en desguace, de ojos azules, de madres, de desangramientos, de procacidad.

Acto irreductible por decisión propia, Alfonsina impone traición crítica al crítico crítico. Al cítrico crítico. Y conmina a callar al espectador alucinado. Se besa a los actores, se intentan incoherencias, se tambalea el cuerpo hacia la puerta y la noche, se hunde el yo arriba, hacia las calles, y se revuelve el cuerpo, la carne, la angustia silente en qué hacer con todo eso.

*

Alfonsina y los Hombres, de Mariano Moro. Con Victoria Moréteau.
Pieza para mar, actriz, bailarina, cantante, niño, durazno, director, bruma
y muerte.

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