jueves, 7 de febrero de 2013

Fuerza Bruta


Una puerta es una puerta.

Late en el pecho. Suspende la lengua. No hay más que voces inarticuladas, totalmente comprensibles. Y seis gritos de papel que hacen una llamarada de agua.
No hay que entender. Gracias. No hay que entender.
Pero la filosofía oriental y el último disco de Pedro Aznar han cansado, y sobra decir lo interesante que es cuando ser pierde su esencia copulativa, cuando no se busca complacer más que al cuerpo y al cuero.
Entonces, esternones doloridos, camisas que no se enfriaron hasta el amanecer del lunes, pies que no recordaban semejantes saltos, bocas cansadas de tanta boca abierta.
Las únicas palabras que escuché fueron un enardecido "BASTA, estamos acá, ESTAMOS ACÁ" de un actor a un tipo que se empeñaba a filmar un número a medio metro de su nariz -mientras el primero le estrujaba el teléfono que minutos después se empaparía con agua y música (si se atrevió a bailar)-.
Hay que ir, a, ante, bajo, con, desde, hacia/hasta, para, por, según, so, sobre, tras fuerza bruta.

Pero no hay que ir a Fuerza Bruta. Es atroz que nos excite un sobresalto en la rutina donde sonrisa y físico amanecen como últimos acampantes olvidados de un viaje en que el cerebro picó en punta. ¿Dónde estamos? ¿Por qué no acá?
¿Qué-estamos-haciendo-mal?
¿Por qué no acá siempre?
"Borrada la idea de espectáculo y de historia, accedemos al plano de la experiencia. Usted es parte. Déjese llevar. Sea."
Debemos dejar de complacernos con la pausa burguesa como ventana a lo que no somos. El circo de saltimbanquis pasa por el camino y corremos a verlo. No. Cortar el cable de acero a la huerta, huir por los montes, nadar para siempre.
¡Cómo llevar eso todos los días! A la vereda. A los martes. A la ropa que visto, a los comprobantes de pagos no realizados, a la dirección general impositiva.
Qué.
La sorpresa no es un efecto, es un estado constante.
  
Pero entonces, no ser la piedra del camino, ni el mantel del café del pueblo, ni los transeúntes pro et contra, ni ser el caminante: ser la soga atada a la espalda, ser el papel volando de la pared de ladrillos, ser, finalmente, agua.
Sea uno, en conclusión, con eso arrastrado de la punta de los pies, tirado de los dedos y del pupo. Luz al sesgo, torbellino de un solo flujo y cinco extremidades.
Asistir, como un disparo, un rayo fulminante de viento, tres racimos de calma. Una honda y final lluvia. Para siempre.
Ser espacio, línea. Ámbito y tensión. Cuatro ondinas sobre nuestras cabezas, un impulso eléctrico atravesado por láminas de papel satén, trece burbujas opacas de vapor en masa, palma de una mano en contacto candido y primero con un cuerpo. Excitación, exaltación, a plena fuerza bruta.

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